Pocas cosas me molestan más que saber que un
anciano es maltratado. Creo que el haber crecido rodeado de adultos mayores
influyó mucho. Por esas casualidades de la vida mis papás son hijos únicos y
les ha tocado velar por sus madres y abuelas, inclusive por sus tíos aún y cuando estos
tienen hijos.
Veo una señora tratando de cruzar la calle y me
detengo para que pase con sólo pensar que esa podría ser mi abuela. No quiero
jugar de héroe, ni de ejemplo, igual madreo en las calles a los cretinos que se
colan y a los jugadores de equipos contrarios que llegan al Morera.
Cada uno tiene sus debilidades, algunas
personas se conmueven con los niños, lo mío es con los abuelitos. Cada anciano
que veo imagino que es Lala, mi abuela y segunda madre, o mi abuela Lilliam o
mi tía Leticia o mi abuela Nena, mi abuelo Fernando, mi tío Carlos, la lista
sigue.
El cariño tan enorme que les tengo me pone a
pensar cómo alguien puede tener el corazón para abandonarlos, para
maltratarlos, esa misma gente que se jacta de leer libros fancy y ver solo documentales.
¡¿Qué mayor conocimiento que hacer tertulia con los abuelos?!
Hoy me confieso como el más llorón, porque cuando veo un anuncio de
una señora que dice que su hijo la quiere mucho pero que pasa muy ocupado y que
por eso no la va a ver, se me salen unas lágrimas, simplemente no lo comprendo.
Que me receten una eternidad recibiendo
consejos de Mauricio Corrales y viendo microprogramas del mae que dice: “No se
complique viva feliz”, si llego a ser como ese hijo.
Espero poder hacer honor a mis palabras en el
futuro y ser como mis papás, así de agradecido. Lo escribo y lo hago público
como recordatorio de que debo aprovecharlos mientras están conmigo y que necesitan
tiempo de calidad, es poco a cambio de una vida de sacrificios y chineos.
Si estas palabras hacen que usted le dedique un
rato a sus viejitos habrá valido la pena, yo por mi parte, tengo mucho que
mejorar.